La foto más famosa del año, la de José Palazón de la valla de Melilla, resume muchas cosas. No solo el contraste entre un primer mundo que juega al golf frente a unos desheredados que se juegan la vida. No es solo el color, esa pradera verde tan irreal como artificial en el norte de África. No es solo la actitud de quienes no interrumpen su partido, acostumbrados a esta locura cotidiana; o lo que debe de pasar por la cabeza de los inmigrantes que, desde lo alto de la alambrada, ven este sorprendente paisaje. ¿Qué tienen en común la valla y el campo de golf? Lo más importante: quién paga.
Una foto que representa todo.
"Aquel día se produjo un salto y la Guardia Civil había cortado la
carretera. Vi de lejos que un grupo de inmigrantes estaba encaramado en
la parte de la valla más cercana al campo de golf. Cogí el coche para
subir a una montaña y fotografiar la escena". José Palazón
El campo de golf junto a la valla fue en parte levantado con
el dinero de Europa, con fondos europeos para el desarrollo del turismo.
También es esta Europa que teorizó los derechos humanos la que paga la
fortaleza, la que financia la valla que separa con cuchillas a los ricos
de los pobres. La Unión Europea gastó entre 2007 y 2013 cerca de 2.000
millones en blindar sus fronteras. Es casi tres veces más que todo el
dinero que empleó la propia UE en políticas para proteger a refugiados y
solicitantes de asilo, según Amnistía Internacional. En España, el
contraste es muchísimo mayor: 9,3 millones de euros de la UE para
refugiados frente a 289,4 millones para proteger la frontera; una
frontera que se ha convertido en un enorme desastre humano.
Hoy el Mediterráneo es la fosa común más grande de este
siglo, un enorme cementerio con miles de cadáveres. Es difícil saber la
cifra exacta –The Migrant Files calcula cerca de 30.000 en los últimos
14 años– porque la mayoría de los muertos son anónimos. De cuando en
cuando, el mar escupe algunos cuerpos sin nombre que no llegan ni a un
breve en los periódicos. De cuando en cuando, una tragedia como la de
Lampedusa lleva la muerte hasta los informativos de televisión y arruina
la hora de la cena. Los dirigentes europeos tuercen el gesto, en Italia
declaran día de luto nacional, pero nada o casi nada cambia ni en la
política migratoria europea ni en el uso de las mentiras y el miedo por
parte de políticos irresponsables. Los muertos se olvidan rápido y al
poco tiempo hay quien cuestiona la inversión en patrullas marítimas de
rescate de inmigrantes en peligro de ahogarse porque salvarlos de la
muerte crea un “efecto llamada”. No exagero: lo planteó –al año de
Lampedusa– el Gobierno del Reino Unido en una demostración práctica de
que siempre se puede caer aún más bajo.
Al menos en Italia hubo luto nacional por
Lampedusa. En España, la respuesta a la tragedia de Ceuta fue una
mentira tras otra. Mentiras oficiales. Mentiras de Estado. Cinismo,
manipulación y un discurso xenófobo calcado al del Frente Nacional
francés, donde cualquiera que cuestione las ilegales devoluciones “en
caliente” o la negligencia de la Guardia Civil –que acabó con 15 muertos
en Ceuta– es un hipócrita o un perroflauta idealista y utópico. “Que me
den la dirección y les enviamos a los que saltan la valla”, responde el
ministro del Interior, Jorge Fernández, en una respuesta idéntica a la
que suele dar Marine Le Pen cuando critican su xenofobia. “Que digan a
cuántas personas están dispuestos a acoger y, si no lo hacen, que se
callen y den menos lecciones”.
La trampa en las lecciones del ministro Jorge Fernández y
Marine Le Pen –o Manuel Valls, o David Cameron– es que hay un montón de
grises entre su extremo y el “buenismo” (como ellos lo llaman, como si
lo suyo fuese “malismo”) que ellos caricaturizan. A su demagogia se
responde fácilmente con datos. No hay “invasión” alguna –ni “avalanchas”
ni “asaltos” en la frontera, como exageran algunos medios– porque
España lleva ya varios años con tasas de inmigración negativas: son
muchos más los que se van que los que entran. No está tampoco probado
que las cuchillas en la valla sirvan como elemento disuasorio para unas
personas que han llegado hasta allí a pesar del desierto, de las palizas
de la policía marroquí y de una vida clandestina: solo sirven para
infligir cortes inhumanos en los inmigrantes, y eso sí que está
demostrado, a pesar de lo que dice el ministro Fernández cuando
argumenta que son solo “heridas superficiales”. Ni siquiera son Ceuta y
Melilla las puertas de entrada más comunes de la inmigración en España:
es el aeropuerto de Barajas.
Como recuerda Amparo González Ferrer en este número de la revista de eldiario.es,
el volumen global de migraciones no es mayor ahora que en los años 60.
La migración ilegal no se arregla blindando aún más las fronteras, sino
con migración legal y políticas de cooperación que arreglen el verdadero
problema: no son las personas que buscan una vida mejor, sino la enorme
desigualdad y pobreza. Incluso alguien tan poco sospechoso de
perroflauta como el exministro del Interior griego y ahora comisario de
Inmigración de la UE, Dimitris Avramopoulos, tiene claro que la Europa
fortaleza no es la solución y que lo que está pasando en nuestras
fronteras es un desastre humano. Un crimen.
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire